miércoles, 24 de junio de 2009

EL TIEMPO


Hay tres referencias al tiempo en la escultura. La primera remite al período de ejecución de la obra. La comparación con otras artes y sobre todo con la pintura surge de inmediato. Sin entrar en el problema de la calidad, de común se requiere más tiempo para esculpir que para pintar. Influye mucho en ello la fase preparatoria.
Los grandes maestros incluso han acudido a las canteras para escoger sus bloques. El desbastado de esos pesados bloques, que en el estudio se mueven con dificultad, es operación fatigosa y lenta. Hay otra connotación temporal: la duración. En la polémica entre pintores y escultores, éstos aducían que la escultura es más duradera, lo cual es cierto si se piensa en el mármol y el bronce. Pude sostenerse que las estatuas egipcias presentan hoy casi el mismo aspecto que tenían recién acabadas, cosa que no puede decirse de su pintura. Pero hay una referencia que especialmente interesa aquí: la dimensión temporal sugerida por la misma obra, contenido puramente artístico que puede ir de lo eterno e inmutable a lo efímero e instantáneo y que afecta al contemplador. Una obra de arte no existe por sí misma; no es concebible su narcisismo. El destinatario está alrededor.
La Esfinge de Gizéh sigue mirando con sus ojos petrificados el nacimiento del sol, inmóvil y sabedora de los arcanos divinos. Así, eternas, se muestran también las estatuas de los dioses y faraones del antiguo Egipto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario